Puedo hacerlo, y nada me gustaría más que darte razones entender que no lo elegí yo, pero tampoco me eligió a mi. Enseñarte a diferenciar entre hacerte daño y paliar el sufrimiento con dolor.
Puedo, sí, puedo. Pero no lo voy a hacer.
¿Acaso no es el único misterio mio que te queda por desentrañar?
¿Cómo retenerte a mi lado si dejo de resultarte, cuanto menos, extravagante?
No, no pienso hacerlo. Quédate con la duda.